Los desatinos de la Comunicación Presidencial
Cada Presidente tiene su estilo personal de comunicar sus decisiones. Algunos deciden enfrentar al toro por los cuernos y actuar sin intermediarios, mientras que otros delegan esta responsabilidad en voceros. Todos creen que su estrategia es la correcta hasta que se impone la realidad social y viene el éxito o el fracaso.
La pandemia mundial por el Coronavirus ha puesto en evidencia las fortalezas y debilidades de la comunicación presidencial. No voy a referirme a la comunicación del gobierno porque casi no la veo en la agenda pública.
No me he perdido casi ninguna de las conferencias mañaneras que se montan en el escenario del Palacio Nacional. Después de tres campañas presidenciales y otras tantas estatales, el jefe del Estado mexicano sabe bien que la comunicación política es esencial para apuntalar a un gobierno que se encuentra en medio de una crisis sanitaria y económica de consecuencias incalculables. No le gusta dejar espacios vacíos “porque los llenan nuestros adversarios conservadores” y emite mensajes todos los días recalcando que “vamos bien”.
Sin embargo, con frecuencia se ve enojado, exhibe con regocijo a sus críticos de los MEDIOS, como si continuara en campaña, y advierte a los empresarios que no cambiará de rumbo económico. ¿Qué está pasando realmente con la Comunicación Presidencial?
Mi tesis es que el mensaje no está conectando con todos los públicos y carece del famoso “feedback” y la interacción social, indispensable en toda estrategia efectiva de comunicación, debido a que le faltan por lo menos dos poderosos ingredientes: CREDIBILIDAD de los ciudadanos (no sólo del pueblo raso) y promoción estratégica del discurso a través de RELACIONES PÚBLICAS para persuadir a los diferentes grupos sociales de los beneficios de las políticas públicas.
Hablemos primero de las fortalezas comunicativas: el cambio de estilo, el discurso, la imagen y la identidad que se construye en la casa presidencial al cabo de casi 17 meses de gobierno.
No voy a cuestionar el estilo personal de comunicar del líder tabasqueño. Tiene derecho a ser él su propio portavoz y a escoger su propio circo aunque no estemos de acuerdo con él. Tiene derecho incluso a no prestarle el micrófono a nadie de su gabinete. No es el primer Presidente que decide toda la estrategia de comunicación, las prioridades y los mensajes clave. Antes, Calderón y Salinas, por citar a los más recientes, determinaban qué decir, cómo decirlo y cuándo decirlo. Por ello, el estilo no debe sorprendernos.
Tampoco voy a criticar los medios que utiliza para transmitir su mensaje. Prefiere las “benditas” REDES SOCIALES sobre los medios tradicionales, pero este tema de la relación con los medios amerita otro texto.
En materia de imagen, el Presidente ha decidido apostar por la comunicación cargada de símbolos y no está mal, muchos otros jefes de Estado lo han hecho en México y el mundo. El simbolismo es una forma de comunicación. Los símbolos sirven para representar una realidad, pero cuidado, ya que muchas veces esa realidad no existe y sobreviene el desencanto colectivo.
Ahora bien, ¿qué identidad busca el inquilino de Palacio Nacional? Por lo que ha dicho, aspira a ser el símbolo de todo lo bueno, a ser percibido como el presidente de los pobres y a pasar a la historia como un líder justiciero, auténtico, humano, honesto y pacífico. Tiene derecho a ello. No hay que olvidar que el populismo sigue de moda. Habrá que ver cuando termine su mandato.
El problema de fondo, me parece, está en el mensaje lineal y vertical que se quiere transmitir a todos y está llegando sólo a un tercio del público deseado, con el agravante de que buena parte de la sociedad no cree en él y lo rechaza porque lo percibe como falso, está lejos de sus expectativas y lo interpreta no como información valiosa sino como propaganda para manipular a las audiencias en beneficio propio. No lo sabemos, pero quizá el Presidente es de los astutos políticos que considera que la comunicación política pasa por la propaganda y los equivocados somos los ciudadanos y sus rivales que deben limitarse a ser espectadores de su faena en el ruedo de la gran plaza.
Cuando el Presidente se aferra a un discurso que no es bien recibido afuera de su círculo, debido a que hay una larga distancia entre lo que se dice y lo que se hace, está construyendo realidades que no existen y percepciones momentáneamente favorables pero que suelen desinflarse como burbujas.
Todos los días, subraya el mensaje que dirige centralmente a sus partidarios. Ha dado cientos de conferencias y grabado decenas de videos, pero la comunicación presidencial parece hasta hoy ser incapaz de articular y transmitir un mensaje coherente. Diga lo que diga, muchos ciudadanos no compran su discurso ni se han subido al barco de la 4T porque el jefe del Estado no los ha convencido de que tiene una visión distinta del anterior régimen, un proyecto articulado de país y el cambio de rumbo es un salto al futuro y no al pasado. No parece entender o no quiere entender el sentimiento y el resentimiento de las clases medias y altas, cuando debiera sumarlas.
El mensaje del verdadero cambio no ha sido claro ni realista y toda ficción comunicativa podría venirse abajo. La política necesita de los símbolos para transmitir realidades complejas, pero éstos suelen ser insuficientes para tapar simulaciones o fracasos.
La comunicación presidencial está empeñada en exhibir a como dé lugar un buen gobierno -esa es su tarea- cuando en realidad lo que muchos perciben es una mala gestión de gobierno y un rumbo equivocado, lo que constituye una apuesta altamente riesgosa, pues la sociedad puede terminar señalando mentiras y tildando de falso al portavoz.
No hay duda en la historia de la comunicación: la credibilidad y la transparencia siempre le ganarán la carrera a la manipulación y la opacidad informativa.
¿Qué hacer ante este escenario?
Ojalá que la comunicación presidencial comprenda la verdadera realidad social -lo cual dudo conociendo el estilo- y transite de un juego de suma cero a un juego de ganar-ganar. Si persisten los desacuerdos todos perderemos.
En suma, la comunicación presidencial necesita ganarse la confianza ciudadana para lograr sus objetivos e imponer una nueva visión de país. Y la sociedad necesita colaborar con sus gobernantes y vigilar que rinda cuentas. Si no hay un buen acuerdo que concilie intereses, creencias e ideologías políticas de ambas partes y, por el contrario, se insiste en imponer desde arriba una visión personal del poder, me temo que la comunicación presidencial será un fracaso en perjuicio de todos.
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