Más estado y menos mercado
En los albores de la tercera década del Siglo XXI, el gobierno de México ha decidido cambiar de tajo el rumbo del modelo económico y, como en el pasado, le apuesta más a una economía controlada por el Estado que al libre mercado, bajo el argumento central de que el neoliberalismo económico fracasó en el combate a la desigualdad social y la pobreza, lo cual es cierto.
Este giro de 360 grados -en medio de la crisis económica que provocará la pandemia del Coronavirus- trastornará no sólo planes de inversión de empresas nacionales y extranjeras sino que agravará la incertidumbre política, económica y social, con efectos impredecibles para el empleo, la libertad y la prosperidad de la sociedad.
Desde 1986 íbamos en un barco con rumbo al norte, pero en 2020 el Capitán ha decidido dar un golpe de timón y navegar hacia al sur con 130 millones de mexicanos a bordo.
Al igual que sus antecesores, el Capitán tiene derecho a cambiar el rumbo de la economía. La gran incógnita es: ¿Funcionará o nos hundiremos en otra crisis?
En el mundo de la economía existen por lo menos dos grandes escuelas de pensamiento. Las resumo en pocas palabras: Una pro empresarial que sostiene la tesis de que el libre mercado es la única vía para generar más riqueza y menos pobreza, con un Estado que debe limitarse a facilitar condiciones de crecimiento y desarrollo, así como a atender los problemas sociales, en tanto que la otra escuela postula la necesidad de una economía de bienestar social controlada por el Estado y menos por el mercado, con el fin de reducir las desigualdades.
En México ya probamos los dos modelos económicos y la terrible desigualdad social sigue siendo la gran asignatura pendiente desde hace siglos. Repasemos lo que ha sucedido en los últimos 50 años.
Los presidentes Echeverría y López Portillo (1970-1982) le apostaron a la economía de Estado y manejaban la política económica desde Los Pinos, la casa presidencial, lo que terminó generando tensiones, choques y rupturas con empresarios y banqueros. A pesar de la abundancia y los altos precios del petróleo, hundieron al país en una prolongada y costosa crisis de deuda y devaluaciones del peso por un excesivo gasto público. El Estado engordó.
Acorralado por la deuda, el presidente De la Madrid decidió en 1986 dar un giro de 180 grados a la política económica y apostarle al mercado ingresando a México al libre comercio mundial, una pista en la que ya corrían las principales potencias económicas del mundo: Estados Unidos, Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia, China, Japón y otros. Y empezó a adelgazar al Estado con la privatización de empresas paraestatales que eran barriles sin fondo, a decir de los tecnócratas o neoliberales.
En su periodo (1988-1994), el presidente Salinas de Gortari, formado en Harvard, apretó más la tuerca y con el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá dejó la economía en manos del mercado y del llamado neoliberalismo económico. Adelgazó más al Estado y dio más poder al mercado, dejando al final otra crisis, la de los famosos Tesobonos.
Tocó el turno al presidente Zedillo, educado en Yale, quien políticamente rompió con Salinas por la crisis del tequila que le heredó y la desbordada corrupción de su hermano Raúl, pero continúo privatizando empresas estatales y apostando al modelo de libre mercado.
En el 2000, el PRI perdió por vez primera la Presidencia a manos del panista Vicente Fox y el modelo económico prosiguió. Las manos del libre mercado continuaron dominando y gobernando casi por encima del Estado, generando riqueza para los mismos de siempre, nacionales y extranjeros, sin amortiguar las desigualdades sociales.
Con el presidente Calderón continúo la política económica. La riqueza del modelo neoliberal siguió repartida en pocas manos y, tras su controvertido triunfo electoral del 2006, los grupos sociales de izquierda se enardecieron.
En 2012, el PRI recuperó la Presidencia con Peña Nieto. Fue la segunda alternancia en el poder, pero el libre mercado siguió siendo el rey y el Estado fue de papel. La riqueza que se generó no calmó la sed de venganza de los de abajo. La justicia social que postuló el PRI quedó en promesa y en 2018 perdió de nuevo la Presidencia ante el líder de un movimiento social hartado de gobiernos elitistas.
Ahora, el presidente López Obrador, votado por 30 millones de mexicanos, ha expresado que el modelo económico que prevaleció durante 36 años “ ha sido un rotundo fracaso” y trata de cambiarlo de raíz, aún en contra de la corriente mundial, inspirado en el Che Guevara, Simón Bolívar, Fidel Castro, Allende, Lula, Perón y Jesucristo. Ha decidido modificar bruscamente el rumbo del barco, manejar la política económica desde Palacio Nacional y navegar hacia los mares del Sur, donde se hayan las economías de Argentina, Brasil, Chile, Venezuela y Cuba.
El tabasqueño tiene razón al afirmar que el libre mercado y la globalización económica no han atemperado las desigualdades sociales ni han repartido la riqueza a los que menos tienen ni siquiera en Estados Unidos o China. También es verdad que el libre mercado ha debilitado el bienestar de muchos Estados y ha creado gigantescas compañías monopólicas y más multimillonarios en el mundo.
El Presidente sabe que tiene mucho poder y lo goza todos los días. Dicta y decide la política económica. Parece decidido a volver a engordar al Estado y a quitarle poder al mercado, a costa de lo que sea, pensando que es para bien del pueblo, pero eso está por verse. Ojalá resulte esta arriesgada apuesta. El pueblo votó por él porque ya no quería el yugo de las élites corruptas. Sin embargo, habrá que ver en qué termina esta nueva aventura.
Me parece que debemos tener mucho cuidado con los equilibrios, para que no transitemos de un exceso de mercado a un exceso de intervención del Estado, con las amargas experiencias del pasado.
¿Quien vigilará que el barco vaya por buen camino y no se estrelle como el Titanic en los iceberg de los mares del Sur? Ya sabemos que al Capitán no le gustan los controles ni los contrapesos. No hay más: nos toca a todos nosotros, a la sociedad civil libre, organizada y movilizada, pues los desarticulados partidos de la oposición van a defender sólo lo suyo y no los intereses nacionales.